Nuestra Gabriela
“Jugad, no quiero ser un nicho quieto”, escribió la Premio Nobel de Literatura. Y en el centro cultural que lleva su nombre, su legado se mantiene vivo de infinitas maneras.
Una ronda y una niña de 11 años. Una ronda donde Gabriela Mistral está al centro y donde sus compañeras se ríen y le lanzan piedras. El delito de la niña es haberse robado unas hojas de papel en blanco. Gabriela es expulsada de la escuela donde la llevó su media hermana Emelina y es tan pobre que ni siquiera tiene zapatos para ir a otra. 45 años más tarde se convierte en la primera mujer iberoamericana en obtener el Premio Nobel de Literatura. Su obra se empina a alturas insospechadas, por encima de la cordillera.
Imagen: Javiera Cruz Salgado
Si la vida de Mistral fuera una película podría comenzar así, con la escena de infancia de una chica que nace en Vicuña el 7 de abril de 1889, y que tras crecer en Montegrande, sale a recorrer el mundo con lápices grafito y varios cuadernos en el bolsillo. Gabriela tiene todo en contra pero se transforma en profesora autodidacta, dirige escuelas y alfabetiza a niños a lo largo de Latinoamérica, inspira la reforma educacional mexicana y hasta se convierte en cónsul de varias naciones.
El 10 de enero de 1957 muere en Nueva York con un crucifijo en la mano y frente a los ojos de su amada albacea Doris Dana. “Triunfo”. Esa es la última palabra que alcanza a pronunciar quien también se sobrepuso a la pérdida de Yin-Yin, un sobrino que amó como si lo hubieran parido sus entrañas.
Pero Gabriela no quería morir ni en ese momento ni ahora. Por algo escribió hasta que le dolieran las muñecas y se convirtió en una de las intelectuales más importantes de habla hispana. En una pensadora de talla mundial que respiró poesía hasta el último soplo. En uno de los recados que dirige a los niños, Lucila Godoy –su nombre real- dio aviso de su anhelo de trascendencia: “Después de muchos años, cuando yo sea un montoncito de polvo callado, jugad conmigo, con la tierra de mis huesos”, escribió.
“Después de muchos años, cuando yo sea un montoncito de polvo callado, jugad conmigo, con la tierra de mis huesos.”
— Gabriela Mistral.
Imagen: María José Bunster
Mistral nos advirtió a todos en prosas como esas que odia los nichos quietos. En ese mismo recado dice que no quiere ser un cuadro clavado al muro ni un ladrillo de escuela, sino poder cantar en los amaneceres o ser el polvo con que los niños juegan en los campos. “Oprimidme, deshacedme”, agrega. “Y cuando hagáis conmigo cualquier imagen, rompedla a cada instante”, continúa.
“Oprimidme, deshacedme. Y cuando hagáis conmigo cualquier imagen, rompedla a cada instante.”
— Gabriela Mistral.
Revelar a esa Mistral multifacética, siempre viva y en constante construcción y deconstrucción, es de lo que se ha ocupado GAM.
*Textos: extracto del libro GAM 10 años