Francisca Morand y Javier Jaimovich dirigen esta obra interdisciplinaria que indaga en la naturaleza de la emoción con un sistema interactivo que modifica el sonido a partir de las señales fisiológicas de los bailarines.
¿Qué es una emoción?, ¿es una estado del alma, de ánimo, una sensación física? Esas preguntas marcan Emovere, obra que une movimiento, sonido y tecnología para indagar en la naturaleza y subjetividad de la emoción.
La bailarina y coreógrafa Francisca Morand codirige junto al investigador y artista sonoro Javier Jaimovich. En escena los bailarines se mueven con un sensor en su muslo, dos en sus brazos y uno en su corazón. Sus señales de tensión muscular y ritmo cardiaco son codificadas y asociadas a objetos sonoros que se activan según sus particularidades. Luego, con un movimiento de su pierna pueden subir el volumen o modificar con un brazo la frecuencia del sonido. Pero no tienen el control absoluto, porque aunque siguen una coreografía, sus cuerpos siempre generan variaciones que se reflejan en el sonido, que a la vez afecta sus movimientos.
“Entras en un estado emocional y te mueves y a veces no es muy controlable y eso de alguna manera está reflejado en este viaje. A pesar de toda la estructura que le hemos tratado de meter siempre hay algo que no podemos controlar. Es hablar de la vida misma”, cuenta Francisca.
Los bailarines entrenaron a partir del método Alba Emoting, que permite la inducción, modelación y vivencia de las emociones desde patrones posturales y respiratorios. Las voces de los bailarines Poly Rodríguez, Pablo Zamorano, Eduardo Osorio y Francisca Morand son parte de los objetos sonoros de la obra. “No concibo esta obra como algo que puedo escuchar en mi casa solamente desde el punto de vista sonoro y lo mismo pasa con el movimiento, es algo que solamente funciona cuando está unido”, explica Javier.